Los pueblos nativos de toda la tierra reconocen las montañas como lugares de encuentro con lo Sagrado. Las montañas son las moradas de los dioses y diosas, a menudo la montaña misma es el espíritu divino. Sea como sea, durante siglos los chamanes y los peregrinos han recorrido los senderos que llevaban a esas montañas sagradas en búsqueda de visión, consejo, expiación y amparo. Desde el monte Kailash en Tibet, a los Apus de los Andes, el monte Fuji en Japón o la roja montaña Uluru en Australia, las cimas sagradas nos han llamado durante eones para invitarnos al viaje profundo de la transformación.
En el chamanismo el símbolo de la montaña, habla de la necesidad de elevarnos por encima de lo conocido y enfrentarnos con algo más grande que nosotros mismos; algo a quien acudimos con humildad, respeto y reverencia o ¡no nos dejará pasar ilesos! Las Montañas Sagradas son Maestros, enseñan desde el primer paso cuando todavía estamos en el valle, hasta la llegada al lugar sagrado, huaka, templo, fuente, cueva o túmulo que represente la morada del Espíritu. Allá arriba encontraremos las respuestas que se han venido cosiendo y tejiendo a cada paso durante el peregrinaje. Y también podremos hablar con las estrellas y recibir las enseñanzas del Mundo Superior, apagar nuestra sed en la Fuente Sagrada y adquirir perspectiva. Desde lo alto de la cima, con el corazón abierto y los ojos llenos de asombro contemplaremos el mundo cómo lo hacen el águila o el cóndor. ¡Qué pequeños son ahora nuestros problemas!
La lección de la Montaña Sagrada empieza al ACEPTAR la realidad del valle, entender que un viaje o un peregrinaje es necesario y que debemos CRECER. No somos los primeros en pasar por esto. Las montañas han sido las consejeras, maestras y guías de una multitud de peregrinos, les vieron trasformar, crecer y volverse sabios durante el camino. Llevan inscritas en sus senderos las historias de otros héroes, su coraje, su compromiso y también su abertura al amor, a la compasión hasta llegar a la claridad. También la Montaña Sagrada nos recuerda la HUMILDAD, entender que no lo sabemos todo y hay más de lo que nuestros ojos pueden abarcar. Si subimos, nos permitirá VER, superar las dudas, y reconocernos como parte del todo. El precio que nos piden es abandonar la postergación, la pereza, la letárgica y la comodidad estéril.
¿Qué hago si no hay montaña? ¿Tengo que ir a Tíbet?
Subir a una montaña y hacer tu peregrinaje sagrado, seguro te beneficiará, eso lo sabe todo el mundo. La naturaleza siempre sana y nos re coloca en nuestros cabales. Sin embargo, la montaña sagrada es un lugar en tu interior también. El viaje se puede hacer sin equipo técnico, sentando en MEDITACIÓN. Entonces, descubres que la montaña eres tu mism@; entras en ti y respiras tu aire puro, te ofreces todo el espacio que necesitas sentad@ en tu cima, bebes del néctar de las estrellas y de la fuente sagrada de tu corazón. Descubres eres sagrad@.
Cómo dijo Alejandro Jodorowsky en su película La Montaña sagrada «… Ahora,¡Camera back!»
¡Peregrina hacia dentro! Es el único lugar dónde no puedes ser turista 😉