Dejo mi madre en el aeropuerto rumbo a Barcelona. Se va feliz como una niña después de una grata excursión. También se va triste porqué sabe que va a pasar otro año antes de que nos volvamos a ver. Es el destino de nuestra familia, quererse siempre con la maleta lista, idas y vueltas, bienvenidas y despedidas con el pasaporte en la mano. En fin, mamá se va y yo regreso a mi vida, qué entre el comienzo de los cursos del centro, los nuevos profes, los nuevos programas y la visita de la mother…es una regadera. Mi atención se dispersa en chorros flojos y trémolos que refrescan, pero no logran sacarle la sed a mi jardín interior.
- ¡Vaya qué volvió a ocurrir! – dice mi consciencia – Otra vez dejaste por último lo que para ti sería lo primero…-.
Qué graciosa, como si eso solo fuera de mi incumbencia. Todas mis facetas interiores dando vueltas al rededor de mi «yo» y reprochándole todo. ¡Colaborad coño! Con perdón, es que me tienen frita. Sin embargo yo se que hacer. Tengo mi formula que es como la bolsa de medicina de los indios Cherokee, mi receta para conectar con Wakatanka y el Gran Espíritu, mi arma secreta para regresar con los pies en la tierra de Anaskalandia. Tan sencillo y simple que jamás me falla: caminar, leer y comer ensalada.
Caminar, leer y comer ensalada, las santísima trinidad. Caminar resbala pronto en pensar y divagar, más deambúlo, más llegan las ideas, las opciones disparatadas, o un simple y caótico movimiento mental entremezclándose con el paisaje. Es como sacar el perro a pasear, donde en este caso el perro soy yo misma. No escucho música, no estoy haciendo deporte, no hago nada más que poner un pie frente al otro sin proponerme llegar a ningún lugar. De hecho casi siempre es un mismo recorrido que he bautizado el «ideatorio» dónde anclo las ideas en arbustos, esquinas, piedras como si fuera una guardería de los pensamientos.
Cuando llego a casa toda idea genial suele evaporar en menos de tres minutos, aunque al día siguiente se que la puedo volver a pescar bajo el tercer algarrobo después de la casa de las persianas azules.
Leer. Leer es droga dura, ha sido mi droga desde que de niña aprendí que las letras formaban palabras y que con un poco de suerte llegaría a entender frases y que las frases juntas terminarían transformándose en cuentos, historias ¡Pum! ¡Magia!
Así que soy adicta a estas secuencias de vocales y consonantes, aglomerados de frases, lineas y pagina que en mi mente explotan en deliciosos fuegos artificiales con los que me pierdo y deleito de muy buena gana. Mi marido me llama Leseratte, gran cumplido alemán traducido como: rata que lee. Pues si, la lectura es el queso de mi ratita interior de biblioteca. Mi Power Food, oxigeno, felicidad y lo que me permite rellenar el manantial creativo.
Termino con el tercer ingrediente: Ensaladas. La trinidad está al completo y mi medicina para estar bien parece se esté volviendo un Totem. Tengo al perro del paseo, la rata de la lectura y ahora llega la cabra con la ensalada. Podría ser un conejo, una gallina o un gato purgándose, pero sin duda para mi es la cabra, rumiando feliz con sus ojos horizontales, tiernas hojitas verdes enderezadas con aceite y limón. No pido nada más: sencillez, frescura, ligereza y verde. Cada un@ tiene sus fetiches y sus manías para hacer limpieza y orden regresando a estar bien. Da igual lo que sea, lo importante es identificar qué es y cuidarse. Ande yo caliente….
¿Y tu? ¿Cómo te cuidas? ¿Cuál es tu receta para regresar a casa? Es bueno saberlo.